La Guerra Comercial: Cuando el poder manda por encima de la lógica
¿Lo irracional se vuelve más atractivo cuando lo racional está en pausa?
Detrás de muchos de los grandes movimientos en la economía, la política, los conflictos internacionales e incluso los problemas personales, suele haber un origen común: el deseo de controlar, de imponer, de ganar. Y ese deseo, cuando se mezcla con miedo e incertidumbre, da como resultado una irracionalidad colectiva y decisiones que no obedecen a la lógica, sino a la emoción.
Los sucesos económicos que hemos visto durante estas semanas lo muestran con claridad.
En todos los medios encontramos información sobre la guerra comercial que se está desatando a través de aranceles, los cuales, en teoría, comenzaron siendo aplicados por Estados Unidos como una herramienta de negociación. Una medida de presión temporal para mejorar condiciones comerciales, que los analistas no proyectaban que durarían. Sin embargo, hoy no solo permanecen: se intensifican. Lo que empezó como una jugada de negociación, hoy parece una postura firme.
¿Qué cambió?
Los países no solo no cedieron, sino que impusieron otras tarifas. Y cuando los actores involucrados respondieron de esta manera, el plan dejó de ser una estrategia comercial para transformarse en una lucha de egos. Lo que pudo interpretarse como un cálculo económico ahora es un pulso de poder. Y nadie quiere ser el primero en ceder.
Estamos viendo los primeros capítulos de una guerra comercial global. Una guerra que no está impulsada por fundamentos económicos sólidos, sino por la necesidad de imponer y controlar. Los países compiten no sólo por ventajas comerciales, sino por demostrar fuerza. Las reglas del juego ya no son técnicas, son personales. Las decisiones ya no son racionales -ni siquiera razonables- sino meramente emocionales.
Y el mercado, por supuesto, reacciona.
Las bolsas alrededor del mundo responden no a los hechos, sino al miedo de lo que podría pasar. La volatilidad nace de los datos, sino de la ansiedad. Los inversionistas corren a activos de refugio como el bitcoin, no porque estén convencidos de su estabilidad, sino porque no tienen claro a qué aferrarse o a dónde dirigir sus inversiones.
Las decisiones financieras —a nivel global y personal— están siendo dictadas por el temor a perder poder adquisitivo, estatus o control. Otro claro ejemplo de cómo, cuando hablamos de dinero y poder, lo irracional se vuelve preferible cuando lo racional está en pausa.
La pregunta no es solo: ¿hasta qué punto esa necesidad de poder es realmente quien toma las decisiones en una economía? Sino también: ¿mis decisiones financieras responden a necesidades reales o al impulso de mantener una imagen, un control, una posición? Pregúntate: ¿Hoy estoy pensando desde la razón o actuando desde el miedo?